viernes, 13 de septiembre de 2013

EDIFICIOS DE AGONÍA

El tiempo no deja de seguirme por el laberinto que han creado mis palabras, e inevitablemente, siempre encuentra la salida para escapar de mí.

Las tardes se hacen más cortas y los días se esfuman como el humo de una locomotora en marcha, y se pierden entre el movimiento del aire en una tarde gris que anuncia tormenta.

Los monstruos y las agonizantes gárgolas de piedra de mi mente cobran vida y se diluyen en el reflejo de las lágrimas que brotan de tus ojos, deslizándose lentamente y acariciando tus mejillas hasta morir extendidas en la yema de mis dedos. Saltan al vacío y nacen alas de oscuras plumas de su espalda y se marchan dejando las columnas del edificio de mi alma desprotegido ante los años.

Así, los segundos me alcanzan y arrugan la superficie de mi papel, agrietando las escaleras de mi edificio y tornándolas en un ambiente antiguo y fantasmal. Las ventanas se cubren de la mezquina niebla que inunda mis pupilas y las hace naufragar entre un desesperante llanto.

La hiedra asciende por los recovecos en las paredes y envuelve al paisaje en un abrigo invernal y misterioso. Las sombras impactan contra las esquinas y la oscuridad se dispersa como gotas de pintura sobre la piel, como los besos que reparten mis labios en tu cuello, como las gotas de lluvia estallando al rozar el suelo, como la música rompiendo la membrana de los altavoces hasta propagarse con el aire.

Los años se esfuman como hilos de tinta huyendo entre las partículas de agua, y se expanden por la base del tarro de cristal, tomando una estructura redondeada y similar al humo desprendido por la erupción de un volcán o una explosión nuclear.

Mis edificios de agonía se derrumban y bloquean mis cuerdas vocales, impidiendo el paso a mis gritos de socorro. Los ladrillos se desploman inertes y calcinados, como El Muro de Waters, impasible ante la melodía de su guitarra de ocho cuerdas. Las cenizas que liberan los escombros se ciernen a mis pulmones y me privan de la respiración, ahogándome en un sofocante naufragio de mis sentidos.

La niebla inunda mis pupilas, como el vapor de agua en los cristales en invierno, y la escarcha tapona mi campo de visión, arrojándome a una pesadilla de la que no podré despertar.

Una pesadilla en la que mis palabras llegan hasta a ti, y se cuelan entre los reflejos de tus ojos, hasta morir disueltas en tu mente.